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Un amigo llamado billete

“Lo importante es competir” dice el principio moral de los Juegos Olímpicos. Esos juegos que cada vez le demandan una mayor inversión a la ciudad sede, limitando su “universalidad” a unas pocas metrópolis extra-desarrolladas. Esos juegos que se han convertido en pretextos de países “complicados” históricamente, que los usan para demostrar lo bien que están y cuanto han cambiado. Esos juegos, que a pesar de recibir inversiones de aproximadamente 900 millones de dólares, no pueden con el poder de los clubes europeos que se rehúsan a ceder jugadores que la FIFA, órgano máximo del fútbol, los obliga a ceder. Este fenómeno, cuyo protagonista es la ECA (European Clubs Association), recientemente creada para proteger los intereses económicos y deportivos de los integrantes del extinto G-14, amenaza con traer una nueva época en el fútbol mundial. Una época que perjudicaría más que nada a las selecciones por la innumerable cantidad de leyes que se están redactando en el viejo continente a cerca de la cesión de futbolistas a sus representativos nacionales. Llegando al extremo de que sea el casi desaparecido “amor por la camiseta” que tenga la última palabra (Diego, mediocampista brasileño, debió escaparse de la pre-temporada con su club para unirse a su selección y Messi, se encuentra “atrapado” en Escocia con el club “culé”). Si a todo esto le sumamos que la UEFA cada año celebra un torneo que recauda casi o más que un Mundial y que sus clubes vacían el mercado sudamericano y africano cada 6 meses nos damos de frente con una diferencia que es mucho más grande que seis ceros y el “charco” que nos separa.

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